Historias de Paz y Guerra – Daniel Brown

02.01.2022 – República Democrática del Congo

La Vida en la Base – Teniente 2° Matías Núñez

Era casi ya medianoche. Desde la cabecera sur de la pista de aterrizaje avanzaba subrepticiamente un grupo de guerrilleros, protegiendo sus ojos de la torrencial lluvia que les impedía distinguir su objetivo. Adelante y hacia su izquierda estaba el pequeño puesto del Ejército del Congo, cuyos ocupantes descansaban despreocupados ignorando el inminente ataque.

Del otro lado de la pista y resguardado del diluvio por su CORIMEC (25), el entonces Alférez Matías Núñez le escribía a un amigo en Uruguay, comentándole sobre la rutina de la base y comparándola con una especie de Gran Hermano en que cada uno de los efectivos era forzado a convivir con el mismo grupo de gente sin muchas posibilidades de distracción. Terminada la charla virtual, apagó su computadora y se dispuso a dormir. Menos de cinco minutos después unos gritos provenientes del exterior le helaban la sangre:

– ¡Plan de defensa! ¡Plan de defensa!

(25) Alojamiento prefabricado, similar en forma y tamaño a un contenedor de carga

Saltó de la cama e instintivamente se puso el casco y el chaleco antibalas. Calzó lo primero que encontró, en este caso un par de zapatos deportivos, y completando su vestimenta con los shorts que tenía puestos, salió al encuentro del personal de la Sección que comandaba. Para ese momento ya se escuchaban los disparos a la distancia.

Los insurgentes avanzaban al norte, haciendo fuego hacia las carpas que se encontraban a su izquierda, donde los semidormidos soldados congoleses organizaban una incoherente defensa. No contaban con muchos medios, más allá de su armamento personal y una ametralladora antiaérea que comenzó a rasgar la oscuridad de la noche con sus balas trazadoras. A medida que los guerrilleros avanzaban, el ángulo de ataque se iba reduciendo hasta que ambos enemigos quedaron frente a frente. A causa de esto, las balas disparadas por el Ejército del Congo salían ahora en dirección hacia la base de Uruguay, localizada del lado opuesto de las pista de proyectiles pasaban limpiamente por entre los rollos de alambre concertina y acababan haciendo impacto en cualquier lugar.

Desde un puesto reforzado con bolsas de tierra, el Alférez Núñez pudo ver claramente el desarrollo del combate hasta su finalización cuatro horas después. Como de costumbre, los milicianos se replegaron al agotar su munición, aunque habían logrado su propósito: hostigar al enemigo. Empapado y tiritando por el frío, Núñez regresó a su cama para tratar de conciliar el sueño, reflexionando sobre la ironía de haberle comentado a su amigo sobre la supuesta “rutina” apenas unas pocas horas atrás.

Al día siguiente, luego de recorrer la base para apreciar los daños, que por fortuna fueron solo materiales, resolvió comprarse una Coca Cola y un chocolate; buscando luego algún lugar tranquilo en donde disfrutarlos. Aquel ataque nocturno le había puesto muchas cosas en perspectiva, y quería ahora tomarse un tiempo para meditar al respecto.

Desde su llegada algunos meses atrás, las extremas realidades del Congo lo habían impresionado profundamente. En las calles de Goma, en donde se encontraba cumpliendo su Misión, era impresionante ver la gran cantidad de gentes arrastrándose por el suelo, víctimas de la polio o de la guerra, no teniendo siquiera una muleta o cualquier otra ayuda para desplazarse. Mutilados de todo tipo, muchas veces faltándoles la nariz o las orejas, transitaban a su lado en la feria, mientras él trataba de evitar con la vista el horripilante espectáculo de esos orificios en sus cabezas. Aunque tal vez la presencia más constante en la ciudad era la de los niños, huérfanos o no, algunos de ellos mendigos y otros simplemente ladrones, pero todos con la picardía y la viveza que sólo puede conferir la necesidad.

Muchos de ellos pasaban sus días alrededor de la base. La presencia de extranjeros era algo que acicateaba su natural curiosidad infantil. Además de dominar varios idiomas, los muchachitos tenían una memoria prodigiosa. Conocían a la perfección las insignias de rango del Ejército, y cuando algún oficial se sacaba los galones antes de salir de la base, para tratar de conseguir precios más accesibles cuando salía de compras, ocurrían inevitablemente conversaciones como ésta:

-¿Vos sos soldado?

-Claro.

– ¡Qué vas a ser! ¡Vos sos el Alférez Núñez!

Sobre la calle frente a la base había una suerte de feria improvisada, poco más que un conjunto de puestos en donde algunos locales vendían sus productos a la tropa. Los niños siempre se ofrecían como traductores, ya que los mercaderes apenas dominaban el swahili. Como parte de ese grupo había un muchachito particularmente avispado. El pequeño no solo hablaba el castellano a la perfección, sino que lo hacía con un impecable acento uruguayo. Conocía además a cada oficial del Batallón, así como también el sobrenombre de todos ellos.

-¡Ojo, che, ahí viene “Robocop”! – Decía, señalando al oficial así apodado, cuando lo veía salir de la base.

Ese tipo de ocurrencias provocaban estruendosas carcajadas entre el personal subalterno, quienes además se encargaban de enseñarle los más soeces insultos criollos, para que los repitiera en el momento más, o muchas veces menos, oportuno.

Cierto día, el niño había ayudado a Núñez con una compra, y luego de consumada la misma le exigió sus “honorarios”.

-Mañana vuelvo y te pago, ¿ta? – Le respondió el oficial, simplemente con la intención de sacárselo de encima.

-¿Seguro que vas a volver?

– Sin falta, mañana vengo. Quedáte tranquilo.

Núñez regreso a la base y olvidó completamente el tema, pero el “clearing” congolés se encargaría de exigirle el pago de la deuda contraída , de manera muy enfática.

Los niños, cuando no tenían nada mejor que hacer, habían tomado la costumbre de apostarse sobre un alto muro que les ofrecía una privilegiada vista sobre la base, Desde allí dominaban todos los movimientos que ocurrían dentro de ella, y ese espectáculo se convertía para ellos en una especie de televisión en vivo que les brindaba el entretenimiento que disfrutaban en sus desdichadas existencias.

Días más tarde, Núñez acertaba a pasar por la Plaza de Armas cuanto en cierto momento oyó su nombre desde la lejanía.

Alferéz Nuñez!

Sorprendido, el militar detuvo su paso y se dio vuelta, notando al muchachito que trepado al muro agitaba violentamente sus brazos para llamar la atención.

-¡Me cagaste a bolazos! -¡Me cagaste a bolazos!

El oficial no pudo reprimir su carcajada.

Las salidas de compras a la feria central de la ciudad eran también aventuras con un tinte por demás pintoresco. La compra de cualquier producto implicaba un interminable regateo que podía comenzar con un precio inicial de cien dólares por un par de zapatillas, solo para terminar media hora más tarde con un pago por el mismo producto de cinco dólares. Algunas negociaciones continuaban hasta el mismo instante en que el camión que transportaba a los uruguayos se ponía en movimiento para regresar a la base. Una horda lo seguía corriendo atrás, ofreciendo rebajas de último momento y concretando ventas que se efectivizaban arrojando dinero y productos al aire, los cuales, si no eran robados antes, llegaban a sus destinatarios.

En cierta ocasión, Núñez concurrió a la feria acompañado por una mujer, la Auxiliar Dental de la base. Al encontrarse con unos pobladores locales que lo conocían, el oficial fue objeto de una inusitada propuesta comercial.

Nuñez, te la compro. Te doy diez vacas. –Le dijo el africano señalando a la joven.

-No. no la vendo.

– Diez vacas y un avión.

El Alférez simuló interés.

-Ah, entonces puede ser…¿el avión funciona?

– ¡Pero yo no estoy a la venta! –Intervino la muchacha, siguiéndole el chiste con fingido enfado, por lo que frente a su negativa a ser parte de la transacción, la misam no se pudo concretar.

A pesar de que tanto Núñez como su compañera estaban bromeando, ellos sabían muy bien que los africanos habían hecho la propuesta con total seriedad.

Los momento de mayor nostalgia en la base eran sin duda durante las Fiestas. A pesar de que la rutina de trabajo y actividades no sufría mayores cambios, la lejanía de la familia y del país se hacía sentir con mucha mayor fuerza en esos días. Se acostumbraba en Nochebuena ofrecer una cena especial a la que todos  los efectivos estaban convidados, aunque por supuesto la invitación excluía a todos aquellos que se encontraran de guardia en el momento.

Esa noche, luego de los postres, Núñez decidió recorrer los puestos de guardia para saludar a los soldados y darles algunas palabras de aliento. Al faltar apenas tres meses para el regreso a Uruguay, a cada uno de ellos le transmitía el mismo mensaje:

-¡Feliz Navidad! ¡Vamo arriba! ¡Queda menos!

Al subir a uno de los puestos, vio que el soldado que estaba a cargo lloraba desconsoladamente. La separación de su familia estaba siendo demasiado para él esa noche. Núñez trató de animarlo como pudo con sus palabras, pero sin éxito. Se vio forzado entonces a tomar una dura decisión. Por más que sentía empatía por el subalterno, no podía permitir que alguien en ese estado anímico permaneciera en un puesto de guardia con un fusil a su alcance. Solicitó que el soldado fuera relevado de inmediato y enviado a su alojamiento a descansar.

Lo que los hombres de su Sección no sabían, era que Núñez les estaba preparando un regalo muy especial para Reyes. Llegado el 6 de Enero, les comunicó a todos que a las 1900 habría una clase especial a la que tendrían que asistir sin falta. Las quejas y los exabruptos de la tropa no se hicieron esperar, pero, impertérrito, el oficial no cedió ni un milímetro. La clase tendría lugar ese día y a esa hora, punto final.

Uno a uno los hombres fueron entrando en la sala, refunfuñando y sin molestarse en ocultar su desagrado. Sobre la pantalla delante de ellos se comenzó a proyectar un video, y el enojo inicial súbitamente se convirtió en una emoción incontenible.

Durante las semanas anteriores, Núñez se había estado contactando con las familias de sus hombres y les había pedido que le enviaran un video para cada uno de ellos, saludándolos con motivo de las Fiestas. Luego los editó en un solo archivo el cual, sin decirles lo que era, comenzó a proyectar como si fuera la mencionada “clase.

Uno a uno, esposas, hijos y demás familiares de los soldados aparecían sobre la pantalla enviándoles sus emotivos mensajes, incluyendo los votos de unas Felices Fiestas y el ferviente deseo de un reencuentro cercano.

Pocos minutos después de iniciada la proyección era imposible encontrar un ojo seco en esa sala, especialmente los de Núñez.